martes, 7 de junio de 2011

Atalaya del 1 de enero de 1970, págs. 27-30

Más de medio siglo de servicio satisfaciente
Según lo relató Seth Keith
DESDE donde estaba encaramada en una silla, mientras limpiaba el ropero, mi madre arrojó una revista vieja, arrugada y descolorida por los años. “¡Toma! Quizás ésa sirva para aclarar algunas de las preguntas bíblicas que has estado haciendo. Pero no olvides que tu abuelo Killion siempre decía que la Biblia jamás podría ser entendida. Y su opinión siempre se buscaba.”
En aquel tiempo yo solo era un jovencito. En nuestro hogar de Washington, Indiana, no había verdaderos doctos bíblicos, pero yo estaba intensamente interesado en llegar a entender la Biblia. Esta publicación vieja que mi madre había sacado de las cosas acumuladas a través de los años fue como una luz tenue que habría de brillar con incremento constante en mi vida. Era un número temprano de la revista Zion’s Watch Tower and Herald of Christ’s Presence (La Atalaya).
En 1911 me llegó por medio de un señor que se llamaba Fred Parker un ejemplar del People’s Pulpit y un ejemplar de The Bible Students Monthly, ambos publicados por los Estudiantes de la Biblia, como se conocía entonces a los testigos de Jehová. Una hoja hablaba acerca de la condición de los muertos y la otra insinuaba que la segunda venida de Cristo Jesús estaba por realizarse.
Cuando un señor de nuestro vecindario fue muerto accidentalmente el día después de haber rechazado la invitación de ingresar en la Iglesia Metodista, el predicador dio por sentado que éste había ido a dar a un infierno ardiente, y usó el funeral como oportunidad para recordar a todos el calor que hacía en el infierno. En una discusión posterior el ministro auxiliar citó del Infierno de Dante para apoyar esta doctrina. Eso me disgustó, y desde entonces ya no tuve confianza en la iglesia. En casa yo seguía haciendo surgir la cuestión acerca de la condición de los muertos, hasta que mi hermana buscó de nuevo aquella revista vieja así como los otros papeles de los Estudiantes de la Biblia. En ellos encontramos anunciados seis tomos de los Estudios de las Escrituras y la revista La Atalaya. Los mandamos pedir inmediatamente.
Yo trabajaba en la granja de día y por algún tiempo estudié la Biblia hasta muy de noche. ¡Cuánto me emocioné al averiguar que los propósitos de Dios armonizaban tan bellamente con la verdad y la justicia, así como sus creaciones visibles son fuente de placer para los hombres y las mujeres humildes! Al mismo tiempo me estaba dando cuenta de la gran blasfemia, la deshonra que eran para el nombre de Dios las ridículas enseñanzas tradicionales de la religión supersticiosa. Por supuesto, seguía hablando de las cosas que aprendía, y los vecinos sugirieron que yo estaba perdiendo el juicio. Mi punto de vista era que todo el que pierde su propio juicio y consigue el juicio del Señor sobre cualquier tema va más a la cabeza.
Entretanto me encontré con Fred Parker de nuevo, y asistí con él a la exhibición del “Foto-Drama de la Creación,” una explicación de los propósitos de Dios por medio de transparencias y películas. Entonces nos pusimos a distribuir tratados bíblicos. Especialmente en cualquier lugar donde había una reunión grande de personas echábamos tratados en los autos y en los carruajes tirados por caballos. En 1915 asistí a una asamblea pequeña y tuve el privilegio de conocer y escuchar al pastor Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower. Verdaderamente era impresionante el denuedo con que ponía al descubierto los errores religiosos, abogando por quitar todo el cascajo tradicional de sobre el propio Libro de Dios.
EMPRENDIENDO SERVICIO ACTIVO
El año de 1916 fue memorable para mí. A principios de ese año el pastor Russell pronunció un discurso en nuestra ciudad natal y más tarde me invitó a emprender el servicio de repartidor, el servicio de tiempo cabal de repartir Biblias y literatura bíblica, que más tarde se conoció como “servicio de precursor.” El 10 de junio de ese año simbolicé mi dedicación a Dios bautizándome. Emprendí este trabajo de repartidor con un hombre de más experiencia, primero en las cercanías del condado donde yo vivía, después en la región de cobre al norte de Michigan.
Al año siguiente mi compañero y yo fuimos arrestados en Princeton, Indiana. Las autoridades católicas romanas estaban empeñadas en detener la distribución del libro The Finished Mystery. Después de cinco días y cuatro noches el sheriff nos soltó, pues no había ninguna evidencia contra nosotros ni órdenes para nuestro arresto. Entonces, con mi compañero, tuvimos el trabajo de distribuir la hoja Núm. 3 de Kingdom News sobre el tema “Dos grandes batallas en furia,” en la zona de Harrisburgo, Illinois. Eso causó tremenda conmoción. De hecho, más tarde nos enteramos de que la policía estaba esperando para aprehender a dos hombres en la estación del ferrocarril. Sucedió que llegamos tarde, y mi compañero me dijo que saltara a la parte de atrás del tren mientras él compraba nuestros boletos. De modo que la policía no vio a dos hombres juntos.
En una ocasión fuimos a Evansville a oír un discurso por Hugo Riemer, uno de los representantes viajeros de la Sociedad. Él nos dijo que la Sociedad había tenido unos 300 repartidores, pero que todos salvo 56 de ellos habían renunciado. “De modo que sigan adelante y el Señor los bendecirá,” nos dijo. Y eso fue lo que hicimos. Viajamos grandes distancias y en muchos estados, incluso Indiana, Illinois, Kentucky, Arkansas, Texas, Luisiana, Arizona y Nuevo México. Hasta tratamos, sin éxito, de entrar en el país de México.
EN LO MÁS REÑIDO DEL COMBATE
Hoy pocas personas se dan cuenta de la lucha que tuvo que librarse en aquellos días para mantener el derecho de predicar el mensaje de la Biblia. La famosa conferencia de J. F. Rutherford “El mundo ha terminado, millones que ahora viven no morirán jamás,” pareció el preludio de tiempos muy emocionantes, especialmente para los repartidores. Mi compañero y yo tuvimos el gozo de poder trabajar hasta el fin de la I Guerra Mundial. Imagínese el gozo que obtuvimos, también, de las asambleas maravillosas e inspiradoras de esperanza que se celebraron en Cedar Point, Ohio, en 1919 y 1922. ¡Jamás olvidaré la llamada para anunciar el Reino y el celo de la muchedumbre congregada!
Muchos fueron los medios que utilizamos para efectuar la predicación del Reino. A menudo caminábamos; utilizamos bicicletas hasta aproximadamente 1922, y después de eso empezamos a usar autos. Me acuerdo de un viejo carro-casa que utilizábamos; le dimos ese nombre porque arreglamos los asientos de tal manera que podíamos convertirlos en camas. Usábamos el fonógrafo para tocar sermones bíblicos a la gente, y luego vino la máquina eléctrica para tocar discos grabados de cuarenta y un centímetros por sistema sonoro.
Una vez, al trabajar en Harrisburgo, Arkansas, mientras iba por la calle ofreciendo literatura a los amos de casa un señor me preguntó si yo era Estudiante de la Biblia. Al responderle afirmativamente pareció emocionarse mucho, y me preguntó si tenía el libro Enemigos. Le dije que tenía uno en el auto, y mientras caminábamos prorrumpió: “¡Vea aquella aguja alta allí! Esa es la iglesia bautista, y yo predico allí. Soy funcionario de la ley. Cuando estuve en Luisiana, nosotros los de la Legión Americana destruimos las casas de cuarenta testigos de Jehová.”
Diciendo eso, me llevó a la cárcel y me metió en una celda que tenía solo un pedazo de metal por litera y dos frazadas. Yo estaba cansado y pronto me quedé profundamente dormido de todas maneras. Sucedió que era la Víspera de Navidad, y a eso de las 10:00 p.m. se llenó la cárcel de borrachos. Durante la noche desperté debido a un hombre que gritaba y lloraba. Padecía de delírium tremens. ¡Qué alivio sentí cuando, por la mañana, me llevaron al sheriff y me soltaron después de interrogarme!
Mientras servía en las regiones cálidas y húmedas de Arkansas, enfermé. El doctor dijo que lo que tenía era tuberculosis cohibida y recomendó que me mudara a la parte occidental de Texas. Allí disfruté de muchas ocasiones emocionantes, pues la cuestión del saludo a la bandera había excitado a la gente y se hallaban en cierto estado de frenesí. En Menard, Texas, recuerdo que dos hombres frenéticos lograron encarcelarme y fui condenado a pagar una multa de 200 dólares y los gastos. Se hicieron arreglos para que uno de mis amigos fuera a San Ángelo y obtuviera una fianza para mí. Sin embargo, cuando la trajo de regreso los funcionarios dijeron que solo la aceptarían después que yo pagara mi multa. Les dije que me quedaría allí antes de pagar una multa injusta. Sin embargo, mi amigo bien intencionado hizo un arreglo con ellos para descartar la multa de 200 dólares si yo únicamente pagaba los gastos.
Mi salud iba empeorando en ese tiempo, de modo que los amigos me persuadieron a ir a un sanatorio para un examen. Al hacerme el examen resultó que yo era un caso demasiado crónico para ellos. Alegaron que no aceptarían a nadie de más de sesenta años de edad. Cuando les indiqué que yo solo tenía cincuenta y nueve no les importó. De cualquier manera, decidí ir y vivir al aire libre ese invierno.
En el otoño de 1944, la Sociedad Watch Tower me asignó a Pecos, Texas. A los predicadores locales no les gustó que yo predicara acerca del reino de Dios y excitaron a las autoridades. En total se me debe haber arrestado seis veces en la zona de Pecos. Trataron de hacerme decir que yo estaba vendiendo literatura. Rehusé, puesto que se trataba de aceptar contribuciones pequeñas que de ninguna manera reflejaban el valor completo de la literatura bíblica que dejábamos con la gente. En el segundo arresto una anciana, ella misma también Testigo, se levantó de su lecho de enferma y viajó en auto sesenta kilómetros para sacarnos con fianza.
Durante todas estas experiencias fue verdaderamente maravilloso el sentido de satisfacción que experimentábamos. Sabíamos que estábamos haciendo el mayor esfuerzo posible por servir a Jehová Dios y promover el estudio de la Biblia con su mensaje de esperanza. Nos regocijábamos de ser contados dignos de sufrir por causa de la justicia.—1 Ped. 2:19, 20.
Funcionarios despóticos mostraban su prejuicio y su odio a cualesquiera que demandaran sus derechos ordinarios como ciudadanos. Cuando fuimos a predicar en Tombstone, Arizona, por ejemplo, se nos dijo que si pagábamos una cuota de tres dólares por una licencia todo estaría bien. Por supuesto, rehusamos, puesto que nuestra obra en ningún sentido era comercial. La tercera vez que nos presentamos ante cierto juez, nos dijo que éramos peores que cualesquier criminales y asesinos. ¿No le parece extraño este lenguaje cuando se considera que se dirigió a personas cuyo único delito era predicar las buenas nuevas del reino de Dios?
Recuerdo que en una población me arrestaron simplemente porque pregunté la dirección de un Testigo que vivía allí. El alguacil me dijo que me arrestaría cada vez que me presentara en su población. Esperaba que tan pronto como yo fuera puesto en libertad abandonaría el distrito. Pero quedó desilusionado. Hizo que me impusieran una multa, y cuando rehusé pagar la multa, entonces fui echado en una celda asquerosa. Unos cuantos días después entró el sheriff y dijo que si me salía del condado me soltarían. Le recordé que había sido encarcelado ilegalmente y le dije que jamás saldría bajo tales condiciones. Finalmente me dejó salir, sin condiciones.
CAUSA DE SATISFACCIÓN, DE GOZO
Todas aquellas experiencias fueron fuentes de intensa satisfacción, sí, hasta de gozo, en aquel tiempo, pues, ¿no se les advirtió a los seguidores de Jesús que si seguían la dirección de su Amo recibirían el mismo trato que él recibió? (Juan 17:14) Y, por supuesto, todo el maltrato que recibíamos no era nada en comparación con el gozo de que disfrutábamos cuando personas humildes respondían al mensaje que les llevábamos y mostraban su aprecio al extendernos ‘el vaso de agua fría’ que menciona el Señor Jesús. (Mat. 10:42) Y siempre fue conmovedor notar las evidencias de que el Rey entronizado escogido por Dios ya estaba efectuando su magnífica obra de separación, y meditar en el hecho de que éramos instrumentos humildes en su mano.—Mat. 25:31-33.
Es verdad que la edad ha reducido grandemente mi habilidad física. Ahora tengo más de ochenta y seis años. Y si permito que mi mente piense detenidamente en esto puedo desanimarme bastante. Pero me consuelo con el conocimiento de que nuestro Padre celestial nos conoce mejor que nosotros mismos. Él conoce nuestras dolencias, y conoce el anhelo que tenemos de poder servir de alguna manera pequeña en el interés de su Reino; quizás de poder animar a alguien que esté físicamente mejor capacitado para predicar y enseñar hoy día. Y Jehová es bueno para con sus siervos. ¡Vea cómo ha levantado una multitud de proclamadores del Reino para intensificar la testificación entre las naciones en estos “últimos días”! ¡Cuán satisfaciente es saber que estamos en los días del cumplimiento de la profecía: “El pequeño mismo llegará a ser mil, y el chico una nación poderosa. Yo mismo, Jehová, lo aceleraré a su propio tiempo”!—Isa. 60:22.
(Algún tiempo después de este relato, Seth Keith terminó su derrotero terrestre confiando en que ‘las cosas que hizo irían junto con él,’ porque tenía la esperanza de participar con Cristo en el reino celestial.—Rev. 14:13.)

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